Nos volvemos a reunir, querido Eugenio, tu familia –ahora, con tu madre- y tus amigos, aquí, en el cementerio de tu pueblo, Remolina, enmarcado en este paisaje que tantas veces, desde niño, has recorrido y que tanto has querido,
convocados por tu deseo de que depositemos tus cenizas junto a los tuyos, tus abuelos, tu padre, -su lápida reza: “Jacinto Fernández Turienzo. Vivió 61 años. Murió cristiano”-
tu cuñada, Cari,
convocados por tus palabras que hoy se condensan en la frase que has elegido como epitafio:
“Polvo seré, mas polvo enamorado”,
en la que modificas el último verso del conocido soneto de Quevedo,
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día
La muerte, postrera sombra, ha cerrado ya tus ojos. ¡Y cómo nos estremecemos al recordar, ante tus cenizas, los últimos versos del soneto!,
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado,
serán ceniza, mas tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.